La travesía siempre es emocionante, no importa de dónde partas o hacia dónde te dirijas, sólo la idea de recorrer una línea imaginaria que une lo que el mar divide siempre me llena de entusiasmo y expectativas.
Ocurre siempre, fue así para el “Leone”, al que siempre debemos respeto, pero también es así cuando, más sencillamente, partimos de la Toscana para llegar a Capraia.
No importa si navegamos o si lo hacemos a motor. Ni siquiera importa cuántos kilómetros tengamos que recorrer, es el propio concepto de travesía lo que desencadena estas emociones, es la línea del horizonte lo que las mueve.
Tal vez la explicación esté dentro de nosotros, en algún lugar, escondida en nuestro casi extinguido instinto de descubrimiento y exploración. Tal vez sea ese el resorte que nos empuja a elegir vehículos que, por muy rápidos que sean, se mueven siempre con la suficiente lentitud como para permitirnos vislumbrar la belleza del mar abierto.
El mar abierto. No hay definición más personal y relativa que ésta.
Fue en mar abierto hace años, cuando el Daydreamer, aún no restaurado del todo, afrontó, como un niño que da sus primeros pasos, las primeras millas de navegación desde Bocca di Magra hasta Capraia.
Kilómetros llenos de incógnitas, no nos conocíamos muy bien en aquella época, cada sonido, cada crujido, era motivo de preocupación mientras que hoy, los mismos ruidos, cuando suenan, confirman que todo va bien.
Por supuesto, habría sido mejor recorrer esas millas después de terminar la obra, la ducha habría sido cálida y el vecino del muelle de Portoferraio no habría sonreído al ver ese cabo de amarre utilizado como escota de génova, pero, ya sabes, si esperábamos a tener todo en su sitio en el barco, quizá no saldríamos nunca.
El año pasado volvió a ser en mar abierto cuando, al cruzar a Calvi desde Liguria, las condiciones perfectas acompañaron uno de los paseos más hermosos de mi vida de navegante.
Durante casi cien millas, el Daydreamer gritó su alegría al mar, mientras volaba sobre las olas en el Giardinetto y una sonrisa boquiabierta en mi cara no mostraba signos de desaparecer.
Y sí, porque en el mar hay algunos días que están destinados a quedar impresos en la memoria. Como el de hoy, por ejemplo, que, a pesar de estar de vuelta, a pesar de estar a tope, nos está dando tanto que no lo olvidaremos fácilmente.
Atravesando entonces navegando en un velero, en un yate a motor o simplemente con una embarcación auxiliar, la aventura y la emoción no pertenecen a una sola forma de ir al mar, son inherentes a nosotros, nol al medio que nos acompaña.
Así que no lo dudes, cruza, cruza y vuelve a cruzar, porque las sorpresas, las bonitas, están a la vuelta de la esquina y, quedándote en puerto, no te encontrarás con ninguna.
Si entonces, durante la travesía, notan una cierta similitud entre la navegación y el progreso de la vida, entonces habrán comprendido la esencia misma de hacerse a la mar o, al menos, lo que representa para mí.