Objetos de ensueño, eso son los yates. Y es curioso pensar cómo el propio concepto de sueño es reprimido a menudo por el respeto a los cánones de belleza tradicionales, a menudo demasiado parecidos a ellos mismos. Es como si la industria náutica se viera inevitablemente obligada a expresar su creatividad dentro de unas líneas preestablecidas, seguras, convencionales y clásicas.
Como cuando, de niños, nos obligaban a colorear dentro de diseños pre-dibujados. Como si sólo hubiera una forma de dibujar una flor, un rostro, un mar. Como si esa línea del horizonte tuviera que aparecer siempre en esa posición, como si fuera imposible observarla desde otro ángulo.
Luego, por suerte, la genética nos empuja, incluso inconscientemente, a romper el molde, a experimentar. De este modo, se realizan nuevas perspectivas. Se hacen posibles nuevos, y sobre todo diferentes, cánones de belleza.
Esto es lo que pienso al bajar de la popa del Azimut Grande 35 Metri, con la mente aún inmersa en las reflexiones que una visita a bordo de este superyate sólo puede desencadenar en quienes, como yo, huyen de las medias tintas y están abiertos al cambio.
Treinta y cinco metros es una hoja bastante grande para colorear, sobre todo saliendo de los bordes, pero hay que detenerse a observar la vista general de la cubierta principal para comprender plenamente la magnitud del cambio introducido por las manos de Achille Salvagni con este yate.
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